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Foto del escritorProyecto Editorial 89079

PRÓLOGO “EL ENCANTO DEL DERECHO HUMANO A ESCRIBIR”, PARTICIPACIÓN DE SANDRA DEL PILAR CLAROS P. EN LA ANTOLOGÍA “ASÍ CONTAMOS, TOMO III, MONSTRUOS Y NARRACIONES”.


El año nuevo llega con nuevas y excelentes noticias, aproximadamente ochenta y tres autores (entre niños y adultos) participaron de la antología “Así contamos tomo III, Monstruos y narraciones”, compilado por Diana Yasmín Reyes Ríos, Miguel Esteban Carrero Torres y Sandra Johana Alabarracín Lara, libro del proyecto Filosofía y producción textual, del Colegio Técnico Jaime Pardo Leal y del Colectivo Pensamiento Pedagógico Contemporáneo.

 

La publicación del libro fue realizada por la Alcaldía Mayor de Bogotá en el marco del Convenio interadministrativo SED- IDEP 4875106 de 2023, y específicamente como incentivo en especie al colectivo de docentes que gestaron la obra, por su participación en la convocatoria Reta, Crea, Innova 2023, desarrollada por medio del convenio de Ciencia y Tecnología No. 76 de 2023 suscrito entre IDEP – UNIVERSIDAD EAFIT.

 

La escritora y codirectora de la Editorial 89079 Sandra del Pilar Claros P., fue invitada a realizar el prólogo del libro, les compartimos su texto y al final, les invitamos a que lean el libro completo, disponible online de forma gratuita.

 

Nuestra felicitación a todos los que participaron de tan valioso proyecto, que incentiva la lectura y la escritura en cualquier edad de la vida.

 

PRÓLOGO - EL ENCANTO DEL DERECHO HUMANO A ESCRIBIR

 

Desde la psicología analítica se estudia el mito, su importancia en lo que somos como humanidad en estos momentos y en lo que hemos sido en el camino de la historia, dentro de éstos están los mitos del origen (o fundacionales), esos relatos cosmogónicos que de alguna manera explican las razones por la cuales el ser humano se encuentra en este planeta y en este momento de su historia, ¿cómo comenzó todo? Cada cultura tiene sus propios mitos, muchos de los cuáles, están relacionados con la forma como hoy nos relacionamos, como movemos los Estados, la sociedad, la política, la economía, como generamos guerras vanas y las luchamos, aunque sepamos que sólo llevan a la aniquilación.

 

Así, “[…] el mito en su condición original es una verdad indudable que brinda una explicación y una justificación a un orden de cosas dado, es una consustancialidad y una realidad viviente que sostiene un universo cosmogónico, es razón, certeza y casualidad” (Martínez, 2011).

 

Ahora bien, esto puede apreciarse no sólo como un análisis de las universalidades, como individuos, también llevamos la carga o el premio del mito. “En el corpus teórico junguiano se plantea que el individuo lleva impresa las huellas de los mitos fundacionales, los cuales poseen un carácter transcultural según lo pudo constatar el propio Jung (1991) en una exhaustiva investigación acerca de los mitos universales” (citado por Martínez, 2011).

 

Leer el presente tomo tres de «Así contamos» me confronta personalmente con mis propios mitos fundacionales, esos que han tocado mi existencia como individuo, las epifanías que me hacen ser hoy lo que soy. Aquellos sobre los que se han basado mis decisiones en las encrucijadas del camino, aun sin saberlo; que hacen que los libros, el leer y el escribir, sean uno de los ejes más importantes de mi existencia, sobre todo, porque considero que el escribir para niños, padres de familia y maestros en «Así contamos», en el marco del proyecto «Filosofía y producción textual», constituye un hito para sus vidas, un algo que generará significativos impactos (sobre todo si continúan escribiendo) y, que además, impactará positivamente a la comunidad educativa, a las familias, al colegio, como centro de las vidas educacionales y laborales de muchas personas.

 

Así, me confronto con mi propio mito, en la exploración de mis recuerdos de la niña que era, la que todavía es efervescente y que guardo dentro de mí, aquella que saco a pasear para que prevalezca, cada vez que escribo.

 

Cuando era niña, el encanto de aprender a leer y escribir me abrió a mundos nuevos y maravillosos, de pronto, mi mente se amplificó y ya entendía todos los letreros o etiquetas por doquier yo pasaba. Fue complejo de manejar al comienzo, porque recuerdo que mi mente era más serena antes, cuando apreciaba los símbolos sin reconocerlos, aunque de alguna manera, intuía que esto que había ocurrido era tan grandioso que impactaría mi vida profundamente, como diría el siempre sabio tío Ben (Cliff Robertson) en alusión a la espada de Damocles, en Spider- Man (Sam Raimi, 2002), en frase que ha quedado impresa en nuestra cultura popular, “un gran poder, conlleva una gran responsabilidad”, el poder de interpretar los símbolos.

 

Otro de los grandes cambios con este acontecimiento de aprender a leer y escribir, fue que comencé a comprender esas noticas de papel mantequilla mecanografiados que me encontraba en casa por todas partes, eran poemas que escribía mi padre, a veces nos los leía en voz alta en la sala o en el comedor, en medio de los descansos de su trabajo docente.

 

Entonces comprendí que la poesía cambiaba la realidad, pues sus versos no representaban literalmente lo que yo veía, por ejemplo, mis hermanos eran diferentes en los poemas de mi padre a lo que yo los concebía, —realmente en los poemas eran más simpáticos— y por algún motivo, septiembre era un mes hermoso por el sólo hecho de que mi hermana mayor había nacido en él.

 

Hoy en día, sigo creyendo que septiembre es un mes hermoso. Un día, a mis ocho años, mi padre llegó a la sala donde yo armaba una casita con cobijas y cojines, para entregarme «Corazón, diario de un niño», de Edmundo de Amicis. Fue el primer libro que leí completo en la vida, a partir del cual ya no pude parar, fue tan encantador. Haber aprendido a leer me daba un nuevo poder, así como los que les dan a los superhéroes, pude conocer, de forma casi mágica, a un niño de otra época y país, que iba al colegio como yo, que tenía padres y compañeros como yo; quien, a su vez, me permitía conocer las historias de otros niños, algunos habían sufrido mucho, empaticé con ellos, sentí su dolor y su alegría.

 

Lo que con el paso de los años no ocurrió, ni se me ocurrió motu proprio, ni aun cuando leer se convirtió en la más maravillosa de las obsesiones y que los escritores se convirtieron en mis ídolos adolescentes, fue que yo también podía escribir, que yo podía contar mis historias, propias, vividas o inventadas, a través de ese otro superpoder, el de la imaginación.

 

Realmente —sin que nadie me lo dijera expresamente— pensaba que escribir era un asunto de adultos: de adultos muy importantes.

 

Por eso, comencé a escribir ya adulta. Considero que fue tardío, opino que quedaron muchas historias por contar, muchos poemas por plasmar, y aun cuando comencé a escribir, ni por asomo se me ocurría publicar, cosa que logré con el paso de los años y de fructíferos ejercicios de auto amor.

 

Lo que hace la profesora Diana Yasmín Reyes Ríos, desde el proyecto «Filosofía y producción textual», que lidera, en el marco en el cual se publica el presente libro, es contarles y convencer a los niños, a los adultos de todas las edades, que pueden escribir, que pueden expresarse en toda su imaginación, ideas y opiniones. Que es a través de la escritura que tienen derecho a ello; pero no únicamente eso, también pueden publicar, ser leídos y que los demás podemos, a través de sus escritos, acceder a esos mundos maravillosos que laten, por ejemplo, para el caso de este libro, en las cabezas infantiles. Inclusive podemos conocer a los monstruos que las habitan.

 

Porque en «Así contamos» los niños escribieron sobre monstruos: el monstruo rosa, el del patio, el que parece un fideo, algunos generan miedo, otros que se ganaron el afecto del protagonista, hablaron con el sol, la luna, el arcoíris, con las jirafas y las hormigas, la flor, el pingüino y el gato.

 

Siempre he creído que nací en la época perfecta, pero esto me hace dudar, así que juguemos con el mito, ¿qué habría sido de mi vida si me hubiera cruzado con la profe Diana en la niñez? Aclaro que ella es muy joven para que esto hubiese sido posible. —¡Sandrita, —me hubiera dicho con cariño, y estoy segura de que me diría Sandrita pues aún hoy a mi edad, así me llama ella —tú puedes escribir como esas bellas poesías mecanografiadas de tu padre! O si quieres, puedes escribir como las historias que has leído, como Shakespeare o Dostoievski —bueno, ella habría sido muy optimista, demasiado, diría yo.

 

La hubiera mirado con ilusión e incredulidad al mismo tiempo, pero al cabo, le habría creído. ¿Por qué? Porque es imposible no creerle. Porque en este caso, con su proyecto, no sólo los niños y jóvenes, sino también padres de familia y maestros han consignado por escrito sus historias y pensamientos. Los padres de familia nos comparten sus historias como migrantes, como viajeros de otras tierras que se asentaron en suelos extraños buscando nuevos horizontes y futuro. Los maestros han reflexionado en torno a su quehacer, a las aulas, a su ejercicio docente, en este libro hay muchas historias que salen del alma de sus escritores, de sus experiencias, de sus sueños, de sus temores, son memorias vivas, en movimiento.

 

Y también le hubiera creído, porque ella lidera éste proyecto desde el 2014, porque lo concibió y le ha dado el fondo y fundamentación conceptual y epistemológica, porque le dedica gran parte de su tiempo libre, porque ha estudiado y profundizado en su ser como mujer, como profesional, como filósofa, como docente, para potenciarlo, porque tiene ya tres tomos de libros (con éste), de niños, padres y profesores, que han creído gracias a ella, en su capacidad para escribir, para expresar lo que sienten, lo que imaginan, lo que piensan, porque Diana ha reconocido y mejor aún, ha ejercido y ayudado a otros, a ejercer ese derecho humano sagrado a escribir.

 

Si bien el derecho a escribir no es un derecho humano reconocido autónomamente, y en la actualidad no se entiende expresamente formulado, sí existe, hace parte de tres derechos muy importantes, el derecho individual a la educación, consagrado en el artículo 67 de la Constitución Política de Colombia, el derecho a la libertad de expresión, como tal, es un derecho protegido por los instrumentos interamericanos de derechos humanos, consagrado en el artículo 20 de la Constitución Política de Colombia, y el derecho colectivo a la cultura, consagrado en el artículo 70 de la Constitución Política de Colombia.

 

Lamentablemente, su circunscripción al derecho a la educación se ha interpretado más como el derecho a la alfabetización, ese momento en que se aprende a leer y a escribir como si con ello se cumpliera y realizara el derecho, cuando en realidad considero que va más allá.

 

“El derecho a escribir, esto es, a expresar en forma escrita o impresa los pensamientos, ideas, información u opiniones, también en el idioma que quien se expresa elija para hacerlo. La CIDH y la Corte Interamericana han protegido diversas manifestaciones del derecho a escribir, por ejemplo, en casos de quienes escriben libros, artículos periodísticos o formulan opiniones” (OEA, 2010).

 

Hace poco vi la publicación de un escritor —no muy conocido— en redes sociales, que manifestaba que no a todos se les debía permitir escribir, que hacerlo pervertía el oficio, como si perteneciera a una élite de elegidos (¿por quién?), yo concibo todo lo contrario, todos tenemos el derecho de expresarnos a través de la cultura escrita, es además, necesario que lo hagamos, como una forma de rescatar y preservar memorias, ideas e imaginaciones que enriquecen a nuestras comunidades, a nuestra sociedad, a nuestra vida personal y familiar, es una forma de hacer viva la democracia, de hacernos parte de ella.

 

Hay derechos que buscamos reivindicar cada uno de los días, todos esenciales e inclusive la lectura, “no es un lujo ni una obligación: es un derecho” (Ferreiro, 2002, p. 38), pero “Cuando se habla de políticas y planes de lectura y escritura habría que decir, en primer lugar, que todos los derechos que se describieron anteriormente —el de la educación, el de la información y el de la cultura— estarían seriamente afectados sin el derecho a la cultura escrita, razón por la cual ha habido varios intentos para que éste derecho concretamente sea incorporado como tal a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.” (Castrillón, 2020, p. 24).

 

Es una vergüenza para la humanidad que el derecho a escribir no haya sido todavía recogido en algún tratado de derechos humanos vinculante, o al menos, en la carta de intenciones de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que no es jurídicamente vinculante.

 

Nuestra cultura de ciudad y ruralidad son espacios en el mundo llenos de humanos cargados de imaginación, de opiniones por expresar, de historias personales que contar, de memorias de la guerra y de la paz, se necesita de la cultura escrita que fomenta «Así contamos», un espacio real para concretar y vivenciarlo como derecho humano.

 

“Capítulo aparte y fundamental para nosotros es un derecho relacionado con la cultura escrita y con el derecho a la literatura, pues tiene que ver con el patrimonio simbólico: el derecho a la memoria. Este derecho no ha sido reconocido oficialmente en la DUDH 1.” (Castrillón, 2020, pág. 24), pero es otro derecho que ejercemos, que reivindicamos, sobre todo como país que tiene la obligación de recordar para no volver a errar.

 

Un paso previo al reconocimiento del derecho a escribir, en el marco que nos permiten los derechos ya consagrados, es vivenciarlo, hacerlo una realidad concreta, invitar a otras escuelas, a las empresas, a los hogares, a hacer lo mismo, escribamos, publiquemos, expresemos, seamos reales en la expresión de éste bello y trascendental derecho humano.

 

Este libro, es una muestra maravillosa y fehaciente del ejercicio de este derecho, un ejercicio transformador, que nos lleva a nuevos niveles en la concepción de lo que es la cultura, donde se renuncia a las escisiones ilusorias que hemos venido creado como sociedad, esas que nos separan, como el concebir una cultura popular y una erudita.

 

Así, simplemente, “[…] la lucha por los derechos humanos incluye la lucha por un estado de cosas en que todos puedan tener acceso a los diferentes niveles de cultura. La distinción entre cultura popular y cultura erudita no debe servir para justificar y mantener una separación inicua, como si desde el punto de vista cultural la sociedad estuviese dividida en esferas incomunicables dando lugar a dos tipos incomunicables de personas que disfrutan sus bienes. Una sociedad justa presupone el respeto de los derechos humanos, y el disfrute del arte y de la literatura en todas sus modalidades es, en todos los niveles, un derecho inalienable.” (Cándido, 2013).

 

Este libro en toda su expresión nos permite romper con lo que nos divide, unirnos como sociedad, como cultura, como comunidad educativa, como ciudadanos (originarios y migrantes), como habitantes de una ciudad que se construye con nuestras ideas, con nuestros aportes, desde la diversidad generacional que aporta su imaginación e historias, desde nuestras palabras escritas que gritan y expresan, que llaman a la paz y a la concordia como caminos viables y posibles.

 

Felicitaciones a todos los escritores que a través de este libro ejercen con encanto, su sagrado derecho de manifestarse ante el mundo por escrito, como paso previo para presionar como ciudadanía, a que nuestros legisladores se dignen consagrarlo expresamente.

 

¡Leámoslos!

 

Referencias:

  • Cándido, A. (2013). El derecho a la literatura. Asolectura.

  • Castrillón, S. (2020) La lectura, la escritura y la oralidad: el derecho a la cultura escrita. (Guías para Planes Locales de Lectura, Escritura y Oralidad). (Fundamentos 1), texto elaborado por Silvia Castrillón, colaboración de Paola Roa. Primera edición. Bogotá, Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia.

  • Ferreiro, E. (2002). Leer y escribir en un mundo cambiante. Pasado y presente de los verbos leer y escribir. FCE.

  • Marco jurídico interamericano sobre el derecho a la libertad de expresión. Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, Comisión Interamericana de Derechos Humanos. OEA documentos oficiales; OEA Ser.L/V/II CIDH/RELE/INF.) (OAS official records; OEA Ser.L/V/II CIDH/RELE/INF.) 2010.

  • Martínez Herrera, M. (2011) La función social y psicológica del mito. Revista Káñina, vol. XXXV, (1), pp. 187-199. Universidad de Costa Rica. San José, Costa Rica.

  • Raimi, S. (2002) Spider-Man. Columbia Pictures, Marvel Entertainment, Laura Ziskin Productions, Estados Unidos.

 

Abogada, escritora, codirectora de la Editorial 89079.

 

Para consultar y leer el libro completo, clic en la carátula:



 

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